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“El Beso”, de Klimt: la plenitud del amor

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Por Mónica Muñoz.

El amor, tema universal, estandarte de religiones, guerras, mitos y sociedades. Construcción cultural o sentimiento genuino, causa de felicidad o de tristeza, poca importa, es buscado y anhelado por muchos.

Y como todo tema humano, ha sido un tópico recurrente en el arte. “El nacimiento de Venus”, de Sandro Boticelli, la alegoría misma del amor; las obras que Salvador Dalí realizó inspiradas en Gala, o el retrato que Amadeo Modigliani hizo de Jeanne Hebuterne, su mujer, quien, atormentada por la muerte del artista, se suicidó.

La lista es larga; sin embargo, y muy a título personal, una de las obras de arte que interpreta con mayor énfasis este sentimiento es “El Beso”, de Gustav Klimt.

El cuadro de Klimt, de 1905, tiene 180 x 180 centímetros e incluye incrustaciones de hojas de oro.

Sin entrar en un análisis iconológico del cuadro, lo que esta obra muestra es a dos personas, un hombre que sostiene el rostro de una mujer a través de sus manos. Sus dedos largos y extendidos dan la idea de que la sostiene suavemente, a la vez que la rodea con su manto de oro. La cara de él se ve de perfil, pues está besando la mejilla de esta mujer, concentrado en esta acción de intimidad, de amor. Ella abraza a este hombre, mostrando plenamente su cara. Sus ojos están cerrados. Su hombro está descubierto y está arrodillada, connotando la entrega hacia él.

“El Beso”, de Klimt, es una obra que muestra la intimidad de una pareja. Un hombre y una mujer, sin duda alguna, entregados al amor y la sensualidad.

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