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Hagamos memoria. De museos, dolores y montajes

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Por Claudio Abarca Lobos.

Hace cuatro años, llevé a un grupo de alumnos al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago. Era la primera vez que lo visitaba. Me pareció un espacio magnífico. Muy bien pensado. A mis alumnos también: la mayoría no lo conocía y quedaron muy agradecidos de recorrerlo.

No advertí en este espacio ni una pizca de odio ni de venganza desde quien expone (el museo, la institución). Lo que vi y escuché fue el testimonio de hechos dolorosos, desgarradores, pero no exageraciones ni falsedades. Un testimonio honesto. Pues, ¿qué se puede esperar de un museo que expone los atentados graves a los derechos humanos ocurridos durante la dictadura militar de 1973 a 1990, especialmente aquellos motivados por la violencia política?

¿Qué esperan de este museo? ¿Qué les dé un contexto para suavizar los asesinatos, las desapariciones y las torturas? ¿Que sea aséptico, insípido, distante, “científicamente objetivo”?

No, eso no es posible. Y no se trata de que el Museo solo cuente una parte de los hechos de violencia política ocurridos durante los casi 17 años de la dictadura, pues de hecho no es así. Cualquier persona que vaya a este museo sabrá que también allí se expone, por ejemplo, sobre los carabineros muertos en el atentado a Augusto Pinochet de 1986. Lo que sucede, recordemos, es que fueron los opositores a la dictadura quienes más sufrieron la violencia de esos años.

¿Quieren causas, explicaciones, contextos? Pues para eso están los ensayos, los libros de historia, los programas de televisión conmemorativos del 11 de septiembre de 1973 (dense una vuelta por Youtube) y otros documentos. Para eso están los testimonios de quienes vivieron la Unidad Popular, con sus claros y oscuros, y su derrota, en la que ciertamente también incidieron los errores cometidos por la propia coalición liderada por Salvador Allende.

¿Tanto poder le asignan al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos? Pues les cuento: a diferencia de lo que sostiene Mauricio Rojas, el ministro… perdón, el exministro de Culturas, mi visita a dicho espacio no me atontó ni me impidió razonar. No incubó en mí el odio ni el rencor. Sí me enseñó y me hizo recordar. Porque de eso se trata: de saber lo que ha ocurrido, de no desconocer el pasado infame y doloroso, para que caminemos más serenos, más respetuosos de las personas aunque piensen muy distinto a uno, más conscientes de lo fundamental que es la dignidad humana.

Es un gran montaje el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Digno, respetuoso, consciente, educativo. De los buenos, sin duda.

No les hará mal visitarlo.

 

 

Para concluir, les dejo este poema, que publiqué hace dos años en el libro “El fuego y la rabia”. Tiene una leve modificación en un verso.

Memoria

Reescrita en piedras, libros y museos,
allí resuena la memoria.

Adormecida en solemnes actos conmemorativos
y en ponderados documentos de gobierno.

¿Para qué recordar noches aciagas
y gritos de muertos que nos atoran?

¿Por qué no confinarla a leyes y comisiones
si allí luce tan higiénica y prudente?

No.
Hacer memoria
no es retornar al pasado.
Ni dictar decretos
con letras que nacen muertas.

Es quemarse con cenizas
que muchos creen apagadas.

Es tropezar una y otra vez
con huesos disgregados.

Hacer memoria
es atravesar un espejo
que creíamos quebrado.

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