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Charles Aznavour: la música sin ti, tus canciones en la eternidad

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Por Claudio Abarca Lobos.

Puedo recordar el año en que empecé a hacerme seguidor de Queen: fue en 1989, gracias a un amigo que me llevó a escuchar algunos de sus temas. Yo tenía 14 años. Sé que Soda Stereo comenzó a gustarme tardíamente, a mediados de los noventa, cuando promocionaban su disco “Sueño stereo” y les quedaba poco tiempo como banda. Entonces valoré sobre todo “Signos” y “Canción animal”, mis placas favoritas de los argentinos. La explosión del grunge la viví en el mismo momento en que sucedía y convertí a Soundgarden en uno de mis grupos preferidos en los primeros años de la década de 1990.

Pero hay cantantes y bandas que me han acompañado siempre. Tanto así, que sencillamente no recuerdo la época y menos el año en que empecé a escucharlos. Parece que han estado ahí constantemente, sonando en la radio, en discos, en televisión. Son anteriores a MTV, al MP3, a Youtube. Son parte de la banda sonora de mi vida.

Creo que todos tenemos uno o más artistas de aquellos que nos acompañan desde niños. Uno de ellos es, para mí, Charles Aznavour (1934-2018). Por esto y porque me encantan muchas de sus canciones, lamenté su muerte. No se fue uno más de la escena musical. Se fue un cantante de 85 años de carrera, que se sobrepuso a su baja estatura, su falta de instrucción -admitida por él mismo- y su imagen alejada de la de galán que tantos intérpretes explotan. Se fue, sobre todo, un artista capaz de dibujar con trazo fino, con palabras certeras, con suma sencillez, situaciones cotidianas y momentos importantes en la vida de un hombre: la nostalgia por el amor concluido o la juventud ida, la vida de una pareja en una ciudad entrañable, el adiós a la madre, el aniversario de matrimonio, el divorcio…

“¿Quién?” (Fragmento)

¿Quién, cuando ya no aliente
silenciosamente, llegará hasta ti
y como el olvido
ya te habrá vencido
le dirás querido
al igual que a mí?

¿Quién borrará mis huellas
y encendiendo estrellas
en la oscuridad
abrirá balcones
romperá crespones
y pondrá canciones
en tu soledad?

Aznavour forjó también su carácter como cantante trabajando para Édith Piaf, de quien fue su secretario y telonero.

Lo cotidiano y las emociones relucían en las composiciones y en la voz de Aznavour. Verlo y escucharlo en escena era encontrarse con un hombre que, aun en grandes recintos, parecía ofrecer una función íntima, como si nos cantara en el living de nuestro hogar en una silenciosa noche de invierno. Él mismo lo dijo: “El público es una persona. Yo no canto para cien o mil personas, canto para una. Así, cada espectador piensa que canto sólo para él. Esa es la verdad absoluta. Esa, y que sigo buscando temas”, dijo en una oportunidad al diario español El País.

Esta actuación, en la que interpreta “La bohemia”, demuestra cómo se conecta con cada miembro del público y da cuenta, además, de su histrionismo, el que llevó a cerca de ochenta películas.

“La Bohemia” (Fragmento)

Bohemia de París
Alegre, loca y gris
De un tiempo ya pasado
En donde en un desván
Con traje de can-can
Posabas para mí
Y yo con devoción
Pintaba con pasión
Tu cuerpo fatigado
Hasta el amanecer
A veces sin comer
Y siempre sin dormir

La bohemia, la bohemia
Era el amor, felicidad
La bohemia, la bohemia
Era una flor de nuestra edad

El recuerdo de un París bohemio, marcado por la pasión artística -el protagonista de la canción es un pintor- y la intensidad de dos jóvenes amantes. Vivir la vida en plenitud. ¿Hambre, fatiga? ¡Qué importan!

Aznavour, un retratista del amor, de escenas cotidianas, de la nostalgia. Y de ciudades, como en “Venecia sin ti”:

En el homenaje que Francia le rindió el pasado 5 de octubre, el presidente Emmanuel Macron dijo: “En Francia, los poetas nunca mueren”. La música en vivo ya no tendrá a Charles Aznavour, pero su música vive y vivirá por siempre. En cada momento y espacio de nosotros.

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