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“La casa lobo”: terror, niños y cerdos

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Por Claudio Abarca Lobos.

“La casa lobo”, película chilena de exquisita factura artística -incluso en su afiche- y en exhibición en varias salas por estos días, cuenta la historia de María, una joven que huye de una secta de religiosos alemanes para evitar un castigo por liberar a dos cerdos de la granja. Atemorizada, sedienta y hambrienta, se interna en un bosque y se esconde en una casa abandonada. Ahí encuentra a los dos cerdos, que se convierten en humanos. Al principio desarrollan una relación maternal, pero luego esta se torna distante, siniestra. Mientras, el lobo del bosque los acecha y atemoriza por las paredes domésticas.

Sí, esta es claramente una película de terror, de terror psicológico, si se quiere, construido en base a una atmósfera claustrofóbica, limitada a los cuartos de la cabaña en el bosque. Una atmósfera recargada por una música que acentúa el carácter oscuro y cruel del lobo.

La referencia a Colonia Dignidad, para los que vean la película, queda nítida en el comienzo, pero el relato no se encierra en el asentamiento fundado en 1961 en Parral y que se hizo tristemente conocido por ser centro de detención y tortura durante la dictadura militar encabezada por el general Augusto Pinochet.

Es un relato que, en tal sentido, habla de cómo el terror acecha, de cuán paralizante puede llegar a ser, de cuán veladamente puede funcionar, sin mostrar su rostro, pero estando detrás de las paredes, cerca, latente. Y esta premisa, sin duda, puede aplicarse al poder religioso, político, militar…

La asfixiante sensación de María, Ana y Pedro, los protagonistas, logra ser traspasada con el abundante uso del negro, con la música incidental, con sus a ratos escalofriantes líneas.

El problema, y no menor, de este reconocido filme, es que tras los primeros treinta minutos la idea ya está clara y no hay mucho más que aportar. Se vuelve, entonces, aburrido.

Quizás los realizadores se engolosinaron con la técnica empleada, el stop motion, animación que se sirve de sucesiones de fotografías de habitaciones y objetos que se van moviendo cuadro a cuadro para generar el movimiento. Los personajes se arman y desarman constantemente para representar, así, sus distintas acciones y estados de ánimo.

El afiche de “La casa lobo” remite a una excelente colección de cuentos que muchos niños tuvimos hace algunas décadas.

El resultado es, plásticamente, muy atractivo, pero falla la dramaturgia, pues el guion se hace redundante y nos quedamos con la sensación de que unos treinta o cuarenta minutos menos de metraje habrían sido mejor.

De todos modos, es rescatable el enorme trabajo visual y sonoro desplegado por los directores, Cristóbal León y Joaquín Cociña, y su equipo, que al menos logran construir un relato sofocante y terrorífico. Como para temerle al lobo.

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