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Cinco poemas de Jorge Luis Borges (el Premio Nobel no te hace más grande)

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Por Claudio Abarca Lobos.

Jorge Guillermo Borges (1874-1938) fue un abogado argentino que tuvo pretensiones literarias: escribió la novela “El caudillo” y varios sonetos, y también hizo la traducción al castellano de la versión de Edward Fitzgerald del “Rubaiyat”, colección de poemas del persa Omar Jayam (siglo XI).

Pero si el apellido Borges está irremediablemente atado al canon de la literatura del siglo XX, es por la obra universal, pulcra, bella, a ratos perfecta, de su hijo Jorge (1899-1986), fallecido un 14 de junio, hace ya 32 años.

Claro que el influjo de don Jorge Guillermo fue fundamental en la formación del autor de “El Aleph”: la inmensa biblioteca que fue forjando en su casa de  Buenos Aires, la cual incluía muchas obras en inglés, fue el refugio donde Jorge Luis se entregó a las letras; a los 4 años, ya sabía leer y escribir. Se crió entre las páginas de “Don Quijote”, los cuentos de Wells, de Kipling y Stevenson, entre varios otros creadores que lo maravillaron. “Él me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música”, dijo en 1970 el afamado literato sobre su progenitor.

Los siete años que vivió en Europa, donde su padre buscaba tratamiento para una ceguera progresiva que le obligó a retirarse de la docencia y que Jorge Luis heredó -quedó ciego a los 55 años-, contribuyeron enormemente a la formación cultural y literaria del autor trasandino.

Al volver a su país, comenzó a darse a conocer con poemas y ensayos en revistas literarias. En 1923, publicó “Fervor de Buenos Aires”, su primer libro de versos, seguido de “Luna de enfrente” y el ensayo “Inquisiciones” en 1925.

Su colaboración con la revista Sur, fundada por Victoria Ocampo, y su incursión en la narrativa fantástica y la poesía metafísica en los años treinta, le dieron más prestigio aún como un autor versátil, alejado de dogmatismos. En los años venideros, fue confirmando su predilección por el cuento, pues consideraba que la novela obligaba al “relleno”. Obra fundamental fue, en tal sentido, “El Aleph”, editado en 1949 y donde habla de acontecimientos y objetos inverosímiles en ambientes realistas.

A partir de los años sesenta, su nombre es sinónimo de reconocimiento y prestigio internacional, recibiendo el Premio Internacional de Literatura Formentor, compartido con Samuel Beckett, en 1961. En 1979, gana el Premio Cervantes.

Su obra refiere a la filosofía, la lógica, la ciencia, la religión, el lenguaje y varias otras disciplinas y tópicos, a través de un lenguaje muy cuidado, originales ficciones e ideas universales, que hacen de sus cuentos, ensayos y poemas un corpus de gran valor tanto para intelectuales como para cualquier lector que simplemente ama un buen texto.

Escribió varios poemarios, como “Elogio de la sombra” y “Los conjurados”, y también guiones para cine e incluso letras de tangos y milongas. Dictó conferencias e impartió clases en universidades.

Merecedor por lejos, para muchos, del Premio Nobel de Literatura, se dijo, por largo tiempo, que no lo recibió por la distancia que guardó de la literatura comprometida de su época y su adhesión a ideas conservadoras y hasta algunos gobiernos militares, pero según una investigación del medio sueco Svenska Dagbladet, el presidente del Comité del premio en 1967, Anders Osterling, rechazó al escritor argentino porque resultaba “demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”. Claro que el mismo académico había considerado, un año antes, que “la tendencia nihilista y pesimista sin fondo de la obra de Samuel Beckett” era contraria al espíritu de Alfred Nobel; Beckett obtendría el premio en 1969 y Borges moriría, en 1986, sin su reconocimiento.

Pero ya sabemos cómo es, muchas veces, esto de los premios y de la conducta humana: una cosa es lo que se dice y otras, lo que se piensa y lo que se hace.

 

5 poemas de Jorge Luis Borges

 

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